EL SUSURRO EN LA OSCURIDAD
El Susurro en la Oscuridad
Todo comenzó cuando Pedro encontró aquella extraña caja de música en el mercado de antigüedades. Parecía inofensiva a simple vista, con sus delicados grabados de flores y pájaros. El vendedor, un hombre mayor de aspecto cansado, le advirtió que no era un objeto común, pero Pedro, atraído por su belleza y su precio ridículamente bajo, no le prestó demasiada atención.
Esa misma noche, decidió colocar la caja de música sobre su mesita de noche. Quería probarla antes de dormir. Giró la pequeña llave en la parte trasera y la melodía comenzó a sonar, una tonada dulce y melancólica, pero al mismo tiempo inquietante. Mientras la música se deslizaba por el aire, notó algo extraño: un leve susurro que parecía mezclarse con la melodía. Pensó que era su imaginación, el eco de la música, así que no le dio importancia.
A medianoche, Pedro despertó de un sueño inquieto. Sentía un frío inexplicable en la habitación. Miró hacia la mesita de noche y vio la caja de música abierta. Se aseguró de haberla cerrado antes de acostarse, pero ahora estaba allí, con la tapa entreabierta, como si algo invisible la hubiera manipulado.
Intentó volver a dormir, pero los susurros comenzaron de nuevo, esta vez más claros, como si alguien estuviera hablando justo en su oído. No entendía las palabras, pero su piel se erizó. Se levantó, tomó la caja y la guardó en un cajón. "Mañana la devolveré", pensó.
A la mañana siguiente, el susurro continuaba. Incluso durante el día, cuando estaba rodeado de ruido y gente, podía escuchar esas voces lejanas, cada vez más insistentes. Volvió al mercado, pero el vendedor ya no estaba. Preguntó a los demás comerciantes por él, pero nadie parecía recordar a un hombre con esas características. La sensación de opresión aumentó en su pecho.
Esa noche, Pedro intentó dormir sin pensar en la caja, pero el susurro era más fuerte. Provenía de todas partes y de ninguna. Se levantó y abrió el cajón donde había guardado la caja de música. Cuando la sacó, la tapa se abrió sola, y esta vez no solo se escuchaba el susurro, sino una risa baja y malévola que parecía surgir del interior de la caja.
Desesperado, Pedro lanzó la caja contra la pared, partiéndola en dos. Pero el susurro no se detuvo; al contrario, se intensificó. Algo empezó a manifestarse en la oscuridad de su habitación, una figura sombría que se deslizaba por las esquinas, acercándose lentamente. Pedro intentó encender las luces, pero el interruptor no respondía.
La sombra se materializó frente a él, una figura alta y delgada con ojos vacíos que lo observaban fijamente. Los susurros se volvieron ensordecedores, como si miles de voces hablaran al mismo tiempo desde el vacío. La figura extendió una mano huesuda hacia él, y cuando Pedro intentó retroceder, sus pies no respondieron. Estaba paralizado por el terror.
Al sentir el frío de esa mano rozar su piel, comprendió lo que esas voces intentaban decirle. El susurro no era solo una advertencia; era una promesa. La caja no solo contenía música, sino algo mucho más oscuro, algo que reclamaba un alma.
Con un último esfuerzo, Pedro gritó, pero su voz fue ahogada por el susurro que lo envolvía. La sombra lo cubrió por completo, y la oscuridad lo consumió.
A la mañana siguiente, los vecinos encontraron la casa vacía. Solo había una caja de música rota en el suelo de la habitación de Pedro, y en el aire, apenas perceptible, un leve susurro que nunca se detenía.
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