LA LEYENDA DE EL SUSURRO DE LA LAGUNA (Leyenda de Argentina)
"El Susurro de la Laguna"
En un remoto pueblo de Argentina, en la provincia de Misiones, había una laguna escondida entre los árboles, conocida como Laguna del Susurro. Se decía que quien se acercara a sus aguas podría escuchar susurros extraños y cautivadores, como si las propias aguas contaran historias olvidadas. Sin embargo, muy pocos se atrevían a acercarse, especialmente después del anochecer.
La leyenda cuenta que, a principios del siglo XX, un grupo de colonos europeos llegó a la región en busca de tierras fértiles y nuevas oportunidades. Entre ellos se encontraba una joven llamada Isabella, cuya belleza y dulzura cautivaron a todos los que la conocían. Isabella se enamoró de un joven llamado Mateo, y juntos pasaban horas explorando la selva y las orillas de la laguna.
Una tarde, mientras paseaban, Isabella escuchó un murmullo proveniente de las aguas. Intrigada, se acercó al borde y miró dentro. Lo que vio la dejó paralizada: su reflejo se distorsionó, y las aguas comenzaron a formar la imagen de un hombre anciano que le hablaba en un idioma que no comprendía. A pesar de su temor, Isabella se sintió atraída y comenzó a escuchar atentamente.
Esa noche, Isabella desapareció sin dejar rastro. Mateo, desesperado, buscó por toda la región, preguntando a los lugareños si la habían visto. Algunos decían que había sido llevada por las aguas embrujadas, mientras otros aseguraban que había sido una víctima de los espíritus de la laguna, quienes reclamaban a aquellos que osaban escuchar sus secretos.
Pasaron los años, y Mateo nunca se dio por vencido. A menudo se sentaba en la orilla de la laguna, intentando llamar a Isabella. Con el tiempo, comenzó a escuchar los susurros que tanto le aterraban al principio. Cada vez que se acercaba al agua, podía oír su nombre flotar en el aire, como si Isabella lo estuviera llamando desde lo profundo.
Una noche de tormenta, con el cielo iluminado por relámpagos, Mateo decidió hacer una última visita a la laguna. Cuando llegó, sintió una fuerza inexplicable que lo empujaba hacia el agua. De repente, las aguas se agitaron, y la figura de Isabella emergió entre las olas, su rostro pálido y triste, sus ojos reflejando el dolor de la separación. "Mateo, ven a mí", susurró con una voz melancólica.
En un trance, Mateo se acercó al agua. La lluvia caía intensamente, y los susurros se intensificaron, envolviéndolo en un manto de misterio. Fue entonces cuando comprendió que la laguna había reclamado a Isabella como su prisionera. Ella nunca podría regresar, y él nunca podría olvidarla.
Al día siguiente, los aldeanos encontraron a Mateo a orillas de la laguna, inmóvil y con una expresión de paz en su rostro. Se decía que había sido tomado por los espíritus de la laguna, convirtiéndose en uno con las aguas. Desde entonces, los que se atrevían a acercarse a la Laguna del Susurro afirman que pueden escuchar los lamentos de Isabella y Mateo, que siguen atrapados en un amor que trasciende la vida y la muerte.
Los habitantes del pueblo advierten a sus hijos que no se acerquen a la laguna después de la puesta del sol. Quien escuche el susurro del viento a través de los árboles, y sobre todo, quien oiga su nombre llamado desde el agua, podría convertirse en la próxima víctima de El Susurro de la Laguna.
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