LA LEYENDA DE LOS VOLCANES DE PUEBLA (Leyenda mexicana)

Los Volcanes de Puebla

En tiempos antiguos, cuando los dioses aún caminaban entre los mortales, existía una hermosa princesa llamada Iztaccíhuatl, conocida por su belleza y nobleza. Vivía en un reino que se extendía por las tierras fértiles de Puebla. Su corazón pertenecía a un valiente guerrero llamado Popocatépetl, quien era famoso por sus hazañas en la batalla y su lealtad al pueblo.

A pesar de su amor, el padre de Iztaccíhuatl, un poderoso cacique, se oponía a su unión. Creía que la vida del guerrero era demasiado peligrosa para su hija. Un día, Popocatépetl fue enviado a la guerra, y antes de partir, prometió a Iztaccíhuatl que regresaría y que juntos vivirían felices.

Mientras Popocatépetl luchaba en el campo de batalla, la princesa aguardaba su regreso. Sin embargo, pasaron los días y las semanas, y su amoroso guerrero no volvía. Desconociendo su destino, Iztaccíhuatl fue consumida por la tristeza. Al enterarse de que Popocatépetl había caído en combate, su corazón se rompió, y la pena la llevó a la muerte.

Cuando Popocatépetl regresó y encontró a su amada sin vida, su dolor fue tan inmenso que decidió llevar el cuerpo de Iztaccíhuatl a la cima de una montaña. En su camino, juró que la protegería por siempre y que su amor nunca moriría.

Con gran esfuerzo, Popocatépetl construyó una tumba monumental en la cima de la montaña. En su tristeza, invocó a los dioses, quien conmovidos por su amor, decidieron transformar a ambos en volcanes para que pudieran estar juntos por la eternidad.

Popocatépetl se convirtió en el imponente volcán que lleva su nombre, siempre vigilante, con humo y fuego brotando de su cumbre como símbolo de su amor eterno y su valentía. Iztaccíhuatl, en cambio, se convirtió en la montaña que descansa a su lado, su figura parecida a una mujer dormida, cubierta de nieve en la cima, recordando la belleza y pureza de su corazón.

Así, cada vez que el volcán Popocatépetl erupciona, los habitantes de Puebla cuentan que es el guerrero que llama a su amada, y las cenizas que caen son lágrimas que derrama por el dolor de su pérdida. Y así, la leyenda de Popocatépetl e Iztaccíhuatl se mantiene viva, un recordatorio del amor que trasciende la vida y la muerte, y que siempre encuentra la manera de perdurar.

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