LA SOMBRA DEL PASILLO
La Sombra del Pasillo
Mateo había vivido solo en su apartamento durante años. Era un lugar tranquilo, modesto, y nunca había tenido problemas. Sin embargo, todo cambió la noche en que notó algo extraño en el pasillo. Al principio, era solo una sensación, un escalofrío que recorría su espalda cada vez que cruzaba de la sala a su habitación. No le prestó mucha atención. Pensó que quizás estaba cansado o que su mente le jugaba una mala pasada.
Pero las noches siguientes, la sensación se intensificó. Cada vez que apagaba las luces para ir a dormir, sentía que algo lo observaba desde la oscuridad del pasillo. La oscuridad allí parecía más densa, como si se acumulara en ese lugar en particular, y por más que intentaba convencerse de que solo era su imaginación, no podía evitar sentir un miedo irracional.
Una noche, mientras veía la televisión, se dio cuenta de algo aún más perturbador. De reojo, vio una sombra en el pasillo. No era la suya, ya que él estaba sentado, y la luz de la lámpara proyectaba su sombra en la dirección contraria. La figura parecía moverse lentamente, como si estuviera observándolo, estudiándolo desde el rincón más oscuro.
Mateo se levantó rápidamente, encendiendo todas las luces del apartamento, pero la sombra había desaparecido. Pasó el resto de la noche en vela, intentando explicarse lo que había visto, pero ninguna explicación lógica le traía consuelo.
Los días siguientes, la sombra volvió, cada vez más definida. Al principio, era solo un movimiento fugaz, pero pronto comenzó a manifestarse por más tiempo. La figura era alta, humana, pero sin rasgos discernibles. Se quedaba quieta al final del pasillo, como si estuviera esperando algo.
Un viernes, mientras Mateo estaba en la cocina preparando la cena, sintió una presencia detrás de él. Giró lentamente, con el corazón latiéndole a toda velocidad. La sombra estaba allí, de pie, a solo unos metros de él. Esta vez, no desapareció cuando encendió la luz. Se quedó allí, mirándolo fijamente, aunque no tenía ojos. Un frío insoportable llenó la habitación.
Desesperado, Mateo decidió buscar ayuda. Llamó a su mejor amigo, Sergio, para que se quedara con él esa noche, esperando que alguien más pudiera ver lo que él veía. Sergio llegó a la casa y, aunque no vio nada en un principio, trató de calmar a Mateo, diciéndole que todo era fruto del estrés.
Pero a las dos de la mañana, ambos se despertaron al escuchar un ruido en el pasillo. Era un rasguido, suave pero constante. Cuando Sergio abrió los ojos, vio lo que Mateo había estado describiendo durante días. La sombra estaba de pie al final del pasillo, observándolos. Sergio se levantó de un salto y encendió la luz, pero la figura no se movió. No era una simple sombra, era algo más, algo que existía más allá de la luz o la oscuridad.
Ambos hombres se quedaron inmóviles, sin saber qué hacer. La figura empezó a avanzar lentamente, sus movimientos eran fluidos pero antinaturales. Mateo sintió cómo su garganta se cerraba de terror mientras Sergio, paralizado, apenas podía respirar.
Entonces, la sombra habló, pero no con una voz, sino con un susurro que resonaba en la mente de ambos. "No puedes huir", decían las palabras sin sonido. "Siempre he estado aquí. Siempre estaré aquí".
De repente, todas las luces del apartamento se apagaron, sumergiéndolos en la oscuridad total. Mateo intentó gritar, pero ningún sonido salió de su boca. Todo lo que podía sentir era la presencia de la sombra, acercándose cada vez más, hasta que sintió un frío intenso en su piel, como si algo hubiera pasado a través de él.
Cuando las luces volvieron a encenderse, la sombra había desaparecido. Sergio, pálido y temblando, se fue de inmediato y nunca volvió a hablar del asunto. Pero Mateo sabía que aquello no había terminado.
Desde entonces, la sombra siempre está allí. No importa cuántas luces encienda, cuántas veces se mude o intente escapar. La sombra del pasillo lo sigue, esperándolo pacientemente en cada rincón oscuro, porque, como le dijo aquella noche, siempre ha estado con él. Y siempre lo estará.
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