LA ÚLTIMA LLAMADA
La Última Llamada
Desde que se mudó a su nuevo apartamento, Elena había estado recibiendo llamadas extrañas. Al principio, pensó que eran errores de marcación, pero pronto se dio cuenta de que algo más estaba sucediendo. La voz al otro lado de la línea era suave, casi familiar, pero no podía identificarla.
La primera vez, era una mujer que murmuraba palabras incoherentes. Elena colgó, inquieta, pensando que era una simple broma. Pero la misma voz volvió a llamarla una y otra vez, siempre a la misma hora, cerca de la medianoche. Aunque no podía entender lo que decía, había algo en el tono que la intrigaba y la aterrorizaba al mismo tiempo.
Una noche, después de una larga jornada de trabajo, decidió contestar. Su corazón latía con fuerza mientras levantaba el teléfono.
—¿Hola? —dijo, tratando de mantener la calma.
Silencio.
—¿Hola? ¿Quién es? —repitió.
Finalmente, la voz habló, pero sus palabras eran apenas un susurro. —Elena… estoy aquí.
Un escalofrío recorrió su espalda.
—¿Quién eres? ¿Por qué me llamas? —preguntó, su voz temblando.
La respuesta llegó con una risa suave, casi infantil, seguida de un silencio aterrador. Después de unos momentos, la voz continuó. —Te he estado buscando. No olvides lo que hiciste.
Elena sintió que el mundo se desvanecía a su alrededor. Recordó un accidente que había sucedido años atrás, un accidente que había marcado su vida para siempre. Ella había estado involucrada, aunque no era directamente culpable, había muchas cosas que la perseguían. Esa noche, la voz se había convertido en el recordatorio de su pasado.
—¡No soy culpable! —gritó, con la voz quebrada. —¡Fue un accidente!
—Lo sé —respondió la voz, ahora más clara—, pero tú lo olvidaste.
Elena colgó el teléfono, temblando. Esa noche no pudo dormir, atormentada por los recuerdos. Intentó convencerse de que todo era producto de su imaginación, pero las llamadas continuaron. Cada noche, la misma voz, los mismos susurros que la atormentaban, que la hacían revivir ese momento.
Un par de días después, después de una llamada particularmente intensa, decidió hacer algo al respecto. Llamó a la policía, pero cuando les explicó su situación, ellos solo le dijeron que debía cambiar su número. Desesperada, se preguntó si eso la ayudaría a liberarse de su tormento.
Al día siguiente, cambió su número y se sintió aliviada. Pero a la medianoche, su teléfono volvió a sonar. Con manos temblorosas, contestó, pero esta vez la voz no era la misma. Era un hombre.
—Elena… no puedes escapar de tus acciones. Estoy aquí para recordarte.
Su corazón se hundió. ¿Cómo era posible? Había cambiado el número.
—¿Quién eres? —preguntó, ahora aterrorizada.
—Soy el que se llevó el daño. El que no pudo escapar. Y tú eres la razón.
Elena sintió que su mundo se desmoronaba. Un llanto ahogado emergió de su garganta mientras la voz continuaba. Describía lo que había sucedido en el accidente, cada pequeño detalle que había intentado olvidar. La pesadilla regresó en forma de palabras.
Finalmente, agotada y con lágrimas en los ojos, colgó. No sabía qué hacer. Esa noche, se sentó en el suelo de su sala, rodeada de sombras, sin poder sacudirse la sensación de que alguien la observaba.
De repente, un ruido en la puerta la hizo saltar. Con el corazón en la garganta, se acercó y miró a través de la mirilla. Pero no había nadie. Aliviada, se volvió a alejar, pero el teléfono sonó de nuevo. Esta vez, no contestó.
La llamada continuó sonando, interrumpiendo el silencio de la noche. Después de un momento, dejó de sonar. Un profundo silencio llenó la habitación, pero no por mucho tiempo. En lugar de eso, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, como si alguien estuviera justo detrás de ella. Se giró lentamente, y ahí estaba: una figura oscura, con ojos vacíos que la miraban fijamente.
La voz resonó en su mente, más clara que nunca. —Nunca olvides lo que hiciste, Elena. Nunca.
Y, al instante, todo se volvió negro.
Al día siguiente, sus vecinos la encontraron en el suelo de su sala, el teléfono todavía sonando. Nadie contestó. Nadie supo que la última llamada había sido una advertencia, una forma de que su pasado la alcanzara de una vez por todas. Desde entonces, el apartamento quedó vacío, y en la línea telefónica, la voz continuó buscando a alguien que recordara.
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