LOS SUSURROS DEL BOSQUE

"Los Susurros del Bosque"

 Era una noche oscura y tormentosa cuando Mariana decidió tomar un atajo por el viejo bosque que bordeaba el pueblo. Siempre había evitado ese camino debido a las historias que sus abuelos contaban, pero estaba cansada y deseaba llegar a casa lo más rápido posible.

A medida que avanzaba, las sombras de los árboles parecían alargarse y cerrarse a su alrededor, como si el bosque la engullera. El viento aullaba entre las ramas y, de vez en cuando, creía escuchar susurros que el viento arrastraba. Los sonidos eran tan débiles que no podía entender las palabras, pero había algo inquietante en ellos.

Caminaba más rápido, con la sensación de que alguien la observaba desde las sombras. De repente, un crujido resonó detrás de ella. Se detuvo en seco, paralizada por el miedo. Giró lentamente la cabeza, pero no vio nada. El silencio que siguió fue aún más aterrador.

Siguió adelante, pero el crujido volvió, más fuerte, esta vez. Entonces lo vio: entre los árboles, algo se movía, una figura alta y oscura que se deslizaba entre los troncos con una rapidez inhumana. Mariana contuvo el aliento, su corazón latiendo frenéticamente. No sabía qué hacer, así que empezó a correr, pisando ramas que se rompían bajo sus pies y sintiendo cómo las sombras la rodeaban cada vez más.

Los susurros aumentaron, ahora más claros. Parecían formar palabras, pero no eran humanas. De repente, sintió un frío helado en la nuca, como si una mano invisible la hubiera tocado. El miedo la invadió por completo, pero sus piernas seguían corriendo, impulsadas por el terror más puro.

Justo cuando pensaba que podría escapar, tropezó y cayó al suelo, raspándose las manos y las rodillas. Intentó levantarse, pero entonces lo vio claramente: una figura pálida y delgada se erguía ante ella. No tenía rostro, solo un vacío oscuro donde debían estar los ojos y la boca. A su alrededor, los árboles susurraban su nombre.

"Mariana..."

El ser alargó una mano esquelética hacia ella, pero antes de que pudiera tocarla, una risa aguda y maligna llenó el aire. El bosque se retorció a su alrededor, como si estuviera vivo. Sentía que todo estaba observándola, juzgándola. La risa creció hasta ser ensordecedora.

En ese instante, todo se apagó.

Mariana despertó en el borde del bosque, con el rostro empapado en sudor y su corazón latiendo como un tambor. Las primeras luces del amanecer comenzaban a filtrarse entre los árboles. No recordaba cómo había llegado allí, pero algo dentro de ella le decía que no había sido un sueño.

Cuando se levantó para irse, notó una marca en su muñeca: una mano pálida, como de ceniza, había dejado su huella. Y desde entonces, cada vez que el viento sopla, escucha los susurros del bosque... llamándola por su nombre.

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